Prólogo a «Nación y soberanía» (2022), Letras Inquietas, de Denis Collin*

*Denis Collin (Rouen, Francia, 1952), después de ocupar diversos empleos, obtuvo el grado en filosofía (1994) y el título de Doctor (1995) y profesor agregado, enseñó filosofía en un Liceo en Évreux e impartió clases en la Universidad de Rouen hasta 2018. Actualmente está retirado. Fundó y presidió hasta 2019 la Universidad Popular de Évreux. Lleva la pagina web de información política La Sociale. Su filosofía se sitúa en continuidad con pensamiento de Karl Marx. Se esfuerza por reconciliar socialismo y republicanismo, y es autor de varias obras dedicadas a la moralidad, las teorías de la justicia y la concepción republicana de la libertad.

Denis Collin, filósofo francés.

La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hombres a la asociación política. El primero que la instituyó hizo un inmenso servicio, porque el hombre, que cuando ha alcanzado toda la perfección posible es el primero de los animales, es el último cuando vive sin leyes y sin justicia. Sin la virtud el hombre es el ser más perverso y más feroz, porque sólo tiene arrebatos brutales del amor y del hambre.

Aristóteles, Política, Libro primero, Cap. I: “Origen del Estado y de la sociedad”.

El mundo, señores, camina con pasos rapidísimos a la constitución de un despotismo, el más gigantesco y asolador de que hay memoria en los hombres. A esto camina la civilización y a esto camina el mundo. Para anunciar estas cosas no necesito ser profeta.

Donoso Cortés, Discurso sobre la dictadura de 1849.

El libro que tienen entre sus manos cumple, a mi parecer, dos funciones. Por un lado, armar una defensa del soberanismo sólida, sin aspavientos ni estridencias, sin golpes de pecho, sobria. Por otro lado, dar cuenta de la paulatina emergencia de un totalitarismo de nuevo cuño que, silente avanza sin encontrar prácticamente resistencia. Un totalitarismo que poco tiene que ver con aquellos regímenes que se nos vienen rápidamente a la cabeza, sino más bien con una vigilancia global y capilar, capaz de penetrar en la consciencia colectiva toda, desnudando y profanando hasta nuestra más absoluta intimidad, la psique: reprogramándola.

Denis Collin si bien es cierto que emplea un lenguaje asequible y ciertamente sencillo, en este ensayo despliega su erudición y conocimiento sin alardes ni ostentaciones estériles. Va al grano sin perder un ápice de rigor. Desarrolla la explicación sin desviarse a penas de su propósito y, en ocasiones, combina la precisión de cirujano con las reflexiones a vuelapluma, certero en sus conclusiones…

Por otro lado, y más allá de lo amena que se hace su lectura, es de agradecer que el filósofo francés se decante por el pensamiento perenne frente al adanismo habitual; que dialogue con una “tradición de discurso” -en términos de Sheldon Wolin-; que bucee por las páginas de la historia, pensando y analizando los “tiempos largos” (longue durée), rehuyendo las anodinas vaguedades presas de la actualidad y la coyuntura, en definitiva, es de agradecer que aún haya autores que hagan teoría política de altura y no se enreden con neologismos que abusan de prefijos y sufijos que no aportan nada nuevo a la discusión.

Por lo que a la estructura se refiere, el libro de Collin se divide principalmente en 3 partes bien diferenciadas. La primera parte la dedica a esbozar una genealogía del Estado-nación con base en una larga lista de autores clásicos: Aristóteles, Herder, Kant, Fichte, Hegel, Marx, Bauer, etc. La segunda parte la dedica exclusivamente a una crítica de la teoría del totalitarismo cuyos autores centrales son Hannah Arendt y Herbert Marcuse. La tercera y última parte la dedica a la cuestión de la democracia realmente existente, poniendo como ejemplo el paradigma estadounidense. Veamos someramente una a una.

Primera parte: Nación y soberanía

En este apartado, Denis Collin plantea una reconstrucción histórico-filosófica del Estado-nación, poniendo especial énfasis en el inicio de la configuración del sistema interestatal o “concierto de naciones” inaugurado por la Paz de Westfalia de 1648 y su posterior desarrollo hasta nuestros días. Asimismo, coteja cómo en paralelo a la aparición de los Estados en el seno de la “vieja Europa” surge el pensamiento cosmopolita. Más allá de los pormenores históricos, las preguntas fuertes que vehiculan su reflexión son principalmente dos, a saber: (i) ¿Cuál es la relación entre nación e internacionalismo?; (ii) ¿Con el advenimiento de la globalización neoliberal estamos asistiendo a una era “post-nacional” o, por el contrario, veremos un reflujo en cuanto a su preponderante papel en un mundo aún naciocéntrico? La controvertida enseñanza que extraemos de este apartado es -en sus propias palabras- que “La idea nacional fue originalmente uno de los pilares del internacionalismo obrero”.

Segunda parte: ¿Totalitarismo en marcha?

En este segundo apartado, el francés problematiza la noción de totalitarismo en Arendt bajo las premisas críticas de Marcuse, lo cual le permite corregir algunas imprecisiones de esta, actualizándola al momento presente. Por fuerza, en sociedades “democráticas” de capitalismo tardío la forma concreta de esta dominación no puede ser sino distinta a la del corporativismo fascista o el Estado total nazi. Por ende, las preguntas que ayudan a Collin a articular estos elementos son: (i) ¿Es el totalitarismo la evolución natural del Estado, su estadio de madurez, o, por el contrario, se trata de una forma de dominación que aparece y se desarrolla sobre la descomposición de este?; (ii) ¿A qué clase de totalitarismo nos enfrentamos en la actualidad? Aunque sea cierto que nuestro autor marca cierta distancia con la concepción arendtiana, reconoce también que -en lo esencial- su aproximación mantiene plena vigencia. ¿A qué nos referimos? Las condiciones de posibilidad para que el totalitarismo emerja (adopte la forma que adopte) son siempre las mismas, a saber: la abolición paulatina de la privacidad y la intimidad del sujeto-ciudadano y la infatigable búsqueda del “hombre nuevo” por parte de un poder omnímodo. La particularidad del totalitarismo en la sociedad de la información actual es su dimensión antipolítica, pornográfica y transparente. Por decirlo con Byung-Chul Han: “El capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico en la sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe” sometiéndolo todo a su paso.

Tercera parte: Un punto de inflexión importante

En el tercer y último apartado, Collin pone en tela de juicio la ilusoria idea de que exista una democracia plena. Tomando prestado el caso de los Estados Unidos se atreve a hacer un balance de la profunda agonía que experimentan las democracias occidentales. Hunde sus dedos en los lodos de la historia para mostrar el componente oligárquico que hay en la naturaleza misma de la democracia burguesa, pero también evita los exámenes maximalistas. Recuperando la veta republicana que va de Maquiavelo a Marx, pasando por Tocqueville, sugiere una vuelta al parlamentarismo como espacio de defensa de los intereses de las clases trabajadoras. El francés se pregunta principalmente: (i) ¿Las sociedades humanas están destinadas a organizarse democráticamente, o más bien estamos “mal acostumbrados” y se trata de un breve paréntesis en la historia de la humanidad?; (ii) ¿En un convulso contexto de pandemia y de guerra en el que la excepcionalidad irrumpe en nuestras vidas, estamos frente a un “Great Reset”? La conclusión que extrae inteligentemente es que “se trata siempre de un ‘suicidio asistido’: la democracia representativa es la que mejor puede suspender la democracia en nombre de la democracia”.

En mi opinión este libro va directo a la línea de flotación del pensamiento woke/multiculturalista. ¿En qué sentido? Con la elegancia que le caracteriza, es capaz de escribir contra los agoreros que llevan 30 o 40 años anunciando la “inminente” muerte del Estado-nación, es decir, contra aquellos neoliberales acérrimos, pero también contra toda la patulea izquierdista que confunde el internacionalismo con la sumisión a una plutocrática gobernanza global. Por poner un ejemplo, sostiene: “Una gran fracción de la extrema izquierda, que suele reivindicarse como ‘marxista’, defiende el globalismo en lugar del internacionalismo y expresa su descarado desprecio por las naciones (…) Pero no llamemos ‘internacionalismo’ a esta propaganda a favor de la dominación mundial del capital”. Y es que el propio Karl Marx fue meridianamente claro al reconocer que la lucha de clases es internacional en su contenido, pero nacional en su forma. Porque, como bien arguye de nuevo Collin: “Entre el universal abstracto del cosmopolitismo y el particularismo de la tribu o el grupo étnico, la nación política, es decir, la nación organizada como Estado soberano, aparece, así como una mediación necesaria”. Quienes, por tanto, -independientemente de su pelaje ideológico- se empeñan en enterrar al Estado, lo hacen con claras intenciones…

Algunos nos denominan nostálgicos a aquellos que defendemos la continuidad hoy de las conquistas del movimiento obrero en el siglo pasado. Aún reconociendo que no se debe depositar una confianza ciega en el Estado burgués, ¿acaso no ha habido verdaderos avances sociales? La clase burguesa hoy mira de superar (Aufhebung) al Estado para deshacerse de esta ambigüedad, mira de destruir el Estado para eliminar el conflicto de clase de raíz. Como argumenta el filósofo italiano Diego Fusaro:

«Hoy asistimos a un conflicto de clase gestionado sólo desde arriba. Es solo la clase dominante que hace la lucha de clases (…) tú puedes combatir si estás en el Estado y ves cara a cara a tu enemigo (…) recuperar el Estado-nación no significa ser nostálgicos del pasado».

DIEGO FUSARO, ENTREVISTA (2019).

En esta línea, coincide también Manolo Monereo en su ensayo “Oligarquía o democracia: España, nuestro futuro” (2020), publicado por la editorial El Viejo Topo, para quien:

«El Estado nación es el lugar de la política y de la democracia. Es el lugar del conflicto de clase y redistributivo. Es el lugar del control del mercado, de la planificación del desarrollo y de la gestión de las políticas públicas. Es el lugar, también, de los derechos sindicales, laborales y sociales, de las pensiones (…) La vieja metódica marxista sigue siendo útil: partir de la realidad de sus contradicciones para cambiarla».

MANOLO MONEREO, «EL FUTURO DE LAS IDEOLOGÍAS Y LAS IDEOLOGÍAS CON FUTURO» (2020).

En definitiva, quienes deforman y distorsionan el mensaje de personas como Collin, Fusaro o Monereo, pretenden crear con ello la sospecha de que son en realidad agentes de la reacción, “guardianes del templo”, sin percatarse de que son ellos mismos quienes acaban haciéndole el juego al capital financiero transnacional con su “internacionalismo” de pandereta.

La transterritorialización de los flujos sociales, la financiarización y uberización de la economía, la aparición de formas de “economía colaborativa”, el vaciamiento de las zonas rurales, el teletrabajo o el coworking, así como el cohousing, e incluso las impúdicas directrices del Foro de Davos, en definitiva, la diáspora ininterrumpida y la precarización general de la existencia humana son fenómenos que muestran una clara tendencia hacia el desarraigo. El ciudadano del mundo, cosmopolita, aquel que no tiene un hogar fijo y deambula privado de todo vínculo, está abocado a entregarse a los brazos del consumo esquizofrénico. Quizá, como hace Collin, convenga volver a los clásicos. No por casualidad él comienza su itinerario en Aristóteles. Es en la Política en donde el estagirita nos legó una de las más paradójicas verdades: que la esclavitud es aquella condición que se basa en la ausencia de vínculos y de hogar propio, por eso el esclavo puede ser abusado de cualquier modo y en cualquier lugar. Y que, a la inversa: la libertad es aristotélicamente aquella condición basada en la relación y obligación para con los hombres (conciudadanos), la ciudad (Polis) y las costumbres del lugar donde se vive (Patrios politeia).

Denis Collin acomete en este libro la difícil y valiente tarea de bosquejar una alternativa real al globalismo sin caer en lugares comunes ni recurrir a fidelidades nostálgicas. Este opúsculo es una exhortación a:

«Defender una concepción razonable de la soberanía nacional, permitir que cada uno ame su país, sus tradiciones, su cultura sin cultivar la hostilidad hacia los extranjeros y reconocer el deber de hospitalidad y ayuda mutua hacia los desafortunados -principios morales que también están inscritos en nuestra larga historia- es la única manera de oponerse a los explotadores de la crisis, a los llamados «identitarios» incultos y a otros grupos violentos que se convertirán mañana en agentes de la destrucción de la civilización».

Denis collin, nación y soberanía (2022).

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